Los frescos tradicionales consisten en pintar sobre yeso húmedo para que se adhiera bien a los muros. Pero Leonardo da Vinci, siempre experimentador, intentó algo diferente. Aplicaba témpera (pintura hecha con pigmentos mezclados con yema de huevo) sobre una superficie de yeso seco. Además, preparó los muros con un tratamiento especial para facilitar la adherencia de la pintura. Trabajar sobre una superficie seca permitió a da Vinci tomarse su tiempo, añadir detalles intrincados y hacer cambios en la pintura sobre la marcha. Esto queda patente en los increíbles detalles y las figuras realistas de La Última Cena. Sin embargo, este enfoque único provocó la lenta decadencia del cuadro con el paso del tiempo.